Nuestros pulgares son un arma poderosa. El uso de los teléfonos móviles y aplicaciones como whatsapp, se ha convertido en el principal canal de comunicación entre las personas. Con solo mover un dedo, puedes enviar un “¿Cómo te ha ido al día?” o un “Te echo de menos” mientras mandas un emoticono en forma de corazón o una foto del suculento plato que estas degustando en el bar de moda. También se pueden enviar enlaces de pornografía, bromas macabras y todo tipo de memes de corte machista.
A día de hoy no resulta socialmente aceptado hacer ciertos comentarios en bares u otros espacios compartidos, sin embargo, resulta tan sencillo hacerlo escondido tras una pantalla…
Es paradójico escuchar como la mayoría de nosotros ve aberrante el comportamiento de “la manada” compartiendo sus agresiones sexuales en su grupo de colegas. Sin embargo, en el día a día, todos formamos parte de otras manadas. ¿Cuántas veces han compartido en alguno de tus grupos de whastapp una foto, o cualquier otro tipo “broma” que cosifica, veja o se burla de las mujeres? Y tú ¿Cómo te has sentido? ¿Mal? ¿Qué has hecho? ¿Has utilizado tus pulgares para teclear y manifestar ese malestar?. Dice el refrán que quien calla otorga y con nuestra inacción no estamos haciendo otra cosa que aprobar, consentir y validar una conducta que curiosamente no se da en otros contextos. Estamos tolerando una forma de violencia.
La psicología ha tratado de averiguar qué hace a las personas plegarse a la presión del grupo, cuáles son las causas del comportamiento gregario, cuál es la naturaleza de la presión grupal y hasta qué punto un individuo es capaz de renunciar a su propio criterio. En los años 50 por ejemplo, los experimentos de Solomon Asch, demostraron cómo la presión del grupo puede incluso modificar nuestras percepciones.
Desde Medra Centro de Psicología reflexionamos sobre qué es lo que hace que unas personas sean más o menos resistentes ante la presión social. Hilamos nuestros argumentos con nuestros pilares de intervención como son la psicología infantil y la psicología perinatal.
Las personas deben adquirir desde la más temprana edad, aquellas habilidades que les permitan desenvolverse en una sociedad demandante. Las normas y los límites son necesarios para conocer qué conductas son adecuadas y cuáles no.
Desde la psicología evolutiva, la neurociencia o la teoría de la mente vemos que el niño, antes de los 3 años, no es capaz de realizar operaciones cognitivas superiores, como engañar, manipular o ponerse en el lugar de otra persona. Todo es fruto de un aprendizaje. Es por ello que nuestra labor como padres o educadores es muy importante para ayudar a desarrollar criterios y pautas de convivencia adecuadas y respetuosas. Saber decir “esto no me gusta” o “prefiero que no me mandes estos mensajes” no se aprende de repente, sino que es fruto de muchos aprendizajes y entrenamientos previos.
El acoso escolar puede ser un ejemplo ilustrativo. Si te estás preguntando «¿Por qué no soy capaz de plantar cara en ese grupo de whatsapp?», quizá deberías echar atrás la mirada y preguntarte «¿Qué hacía en el colegio cuando presenciaba una burla o una situación de acoso hacia algún compañero? ¿Y ante alguna compañera?» Probablemente estés repitiendo esquemas aprendidos y te sientas carente de recursos para exponer tu criterio.
La buena noticia es que esos esquemas son revisables y modificables. Puedes intentarlo por tu cuenta o buscar ayuda profesional para llevar a cabo un entrenamiento específico en asertividad.
El ser humano está en un proceso de aprendizaje y cambio continuo, por lo que nunca es tarde para intentar acercarte al tipo de persona que te gustaría ser.
Callar no exime de responsabilidad, lo que no se explica y se deja pasar termina normalizándose.
Te dejamos este enlace de un artículo que nos ha inspirado para elaborar este post. «La mujer perfecta es la que no habla»