La culpa es de los padres

Si te teletransportaras al futuro, y vieras que dentro de quince años, tus hijos están llevando una vida completamente diferente a la que hoy tienes en mente para ellos ¿Cómo te sentirías? – pues me sentiría culpable por haber fracasado, por no haberlo hecho bien – .

Cuando trabajamos con familias, recibimos frecuentemente respuestas de este tipo que siempre se cimientan sobre el sentimiento de culpa.

El sentimiento de culpa está ligado, en nuestra tradición judeocristiana, a un obrar que conlleva un castigo por no ir en consonancia con la moralidad.  Esta emoción tan dañina como poderosa, nos deja claro que somos responsables de nuestros actos con una voz interior que nos lo remarca continuamente. Va acompañada de sentimientos negativos y termina generando incomodidad e incluso malestar físico. Un estudio llevado a cabo en la Universidad de Vanderbilt, en Estados Unidos, demostró que tras muchos trastornos como la ansiedad, la depresión, el trastorno obsesivo compulsivo (TOC) e incluso en los trastornos de la alimentación, habita en gran parte de las ocasiones un fuerte sentimiento de culpa.

Nos podemos sentir culpables por muchos motivos, por no comer sano, por no hacer deporte, por no trabajar lo suficiente, por no ser una buena pareja, por no ser buenos hijos o por no ser buenos padres.

Inconscientemente reproducimos modelos de crianza de generaciones anteriores. A veces nos sorprendemos haciendo lo mismo con nuestros hijos que nuestros padres hacían con nosotros.

El sentimiento de culpa acompaña a padres y madres a lo largo de la vida de sus hijos. Ya durante la gestación las madres se culpan continuamente por hacer cosas potencialmente peligrosas para el bebé. Durante la primera infancia los pediatras con los percentiles nos van generando la necesidad de situarnos entre unos parámetros concretos para no salirnos de la norma. En la etapa escolar aparecen dificultades con las calificaciones y las tareas escolares,  por no mencionar las relaciones, tensas,  que muchas veces se establecen durante la adolescencia. El caso es que  la mayoría de las veces la inseguridad de si estaremos haciendo lo suficiente o si lo estaremos haciendo bien nos acompaña a lo largo de la crianza. Si el resultado no concuerda con nuestra expectativa, que la mayoría de las veces es fruto de los valores que nos han inculcado, nos responsabilizamos por ello y nos sentimos culpables.

Esta hiperresponsabilidad de la parentalidad, va íntimamente ligada al concepto que tengamos de qué es ser hijo y qué es ser padres y también de la función que cumplan los hijos en el contexto familiar.

Podemos conceptualizar al hijo como un ser independiente, al que acompañamos durante el crecimiento dotándolo de las mejores estrategias y educándolo de la mejor manera que creamos. Este ser, con capacidad de decidir y de equivocarse, va a interaccionar con otros contextos que también le proporcionarán modelos de los que nutrirse. El camino que tome en la vida en gran medida será responsabilidad y decisión suya. Esto supone llevar a cabo al menos dos reflexiones importantes: que no existe un modelo educativo que sea garantía de éxito en el futuro y que tenemos limitaciones y debemos reconocerlas.

El error ha de formar parte del proceso de aprendizaje.

Por último mencionar que son pocos los padres que no desean grandes cosas para sus hijos, por ello es muy complicado asumir el fracaso sin intervenir para que no ocurra. En el contexto escolar resulta fácil caer en un estado de “todo vale” con tal de aprobar. El sentimiento de culpabilidad y de corresponsabilidad se materializa incluso en el lenguaje. Escuchamos muchas veces: “tenemos muchas tareas”, “tenemos examen de lengua”, “nos han quedado tres”. Cuando deberían decir: «tiene muchas tareas», «tiene examen de lengua» o «ha suspendido tres».

Vivimos en una sociedad muy competitiva en la que todo se programa empezando ya por momento de procrear, por lo que es muy difícil no construir la relación parental en base a toda esa planificación que se ha ido creando. El fracaso no tiene cabida en esa planificación ni en el mundo actual en el que tenemos que hacer deporte, tener un buen trabajo, estar sanos, mostrarnos jóvenes, ser felices y no confundirnos. Nos olvidamos que los niños han de asumir la responsabilidad de sus actos y las consecuencias naturales de estos para aprender así de sus errores. De esa manera crecerán siendo más autosuficientes, ingeniosos, competentes y confiados.

La culpa es de los padres

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