“Érase una vez una cigüeña, que agotada por la terrible demanda de bebés y con un serio problema de fertilidad decidió abandonarse a su suerte en los brazos del clomifeno a la espera de un buen puñado de óvulos”.
Este podría ser el inicio de un cuento infantil más o menos adaptado a la realidad que nos toca vivir. Cada vez abunda más la literatura infantil encaminada a explicar el intríngulis de la reproducción a los más pequeños. Ya se dejan a un lado los viajes a París, las flores, las abejitas y el transporte avícola aéreo. La tendencia actual es explicar con la mayor claridad posible el ciclo reproductivo. Sin embargo, ante la temida pregunta muchos padres y madres no pueden evitar tragar saliva para dar una respuesta lo más acertada y realista posible.
Existen cuentos y material didáctico que puede servir de apoyo para explicar cómo se produce un embarazo de manera natural y también el fruto de un tratamiento por reproducción asistida (TRA). En este último caso, la duda que se plantea no suele ser siempre ¿Cómo lo digo? sino también ¿Lo digo o lo callo? Para muchas personas tener hijos, renunciando a la carga genética de los progenitores, se puede convertir en fuente de preocupación. ¿A quién se parecerá físicamente? ¿Cómo será su carácter? ¿Y si tiene alguna enfermedad o trastorno que no se detecta con el cribado? ¿Si no consigo vincular? ¿Si la familia lo rechaza? Estas son algunas de las preocupaciones que nos trasladan en consulta.
En unas ocasiones esas dudas se van resolviendo con cierta facilidad, pero en otras se genera tal preocupación que da como resultado elevadas tasas de estrés. Este estrés mantenido influye negativamente en el día a día y puede repercutir negativamente en el embarazo. Esta cuestión se encuadra en lo que se denomina “Duelo Genético”.
El impacto emocional que supone recurrir a un TRA tiene que ver con las preguntas que surgen sobre nuestro origen y la perpetuidad entendida como carga genética. Las personas que recurren a un tratamiento en el que interviene la donación de gametos atraviesan diferentes duelos, empezando por el que supone no poder procrear de manera natural. Una vez llevado a término el embarazo ese pensamiento recurrente no desaparece pues el propio entorno se encarga de sostenerlo. Imaginemos esa escena en la que alguien conocido se acerca al cochecito y comenta: “¿Pero de dónde ha sacado esos ojazos esta criatura? “ o “¡Cómo llora! ¡Qué carácter! Igual que su padre cuando era pequeño”.
Desde la ciencia, la epigenética explica como la madre gestante influye sobre la genética del embrión que se está desarrollando en su útero aunque los óvulos no sean propios, pues existe un intercambio de información entre el endometrio y el embrión.
Las investigaciones también revelan que el carácter y la personalidad es el resultado de la suma de herencia más contexto compartido (educación familiar) y contexto no compartido (educación social).
Desde las distintas teorías del vínculo la idea más extendida es que éste se forma a través del cuidado (alimentación, baño, caricias, cambio del pañal…)
Aun así, para muchas personas revelar a familiares y amigos que se están o han sometido a un TRA continúa siendo un tabú. La idea de explicarles el proceso a los futuros hijos genera pensamientos ambivalentes. Todos los manuales recomiendan dar una explicación sobre cómo ha sido su proceso de gestación acorde a la edad de los hijos. También es recomendable hacerlo progresivamente desde edades tempranas y no esperar a la adolescencia donde puede generar mayor choque emocional. Sin embargo, las investigaciones revelan que comparando familias que han desvelado el “secreto” con las que no lo han hecho no se han apreciado diferencias significativas en la relación hijos-progenitores ni en la salud mental de los hijos.
Ahondando en este tema, los secretos familiares conviven en el interior de muchas familias cumpliendo una función, generalmente de construcción de alianzas, generando vínculos entre los que comparten el secreto y dejando fuera al que lo desconoce. En muchas ocasiones son familias que viven de forma natural la mentira y el ocultamiento de información fundamentando el discurso en “es por no hacer daño al otro”. Esta no exposición esconde culpa, vergüenza y no hacerse cargo de la realidad. Ese planteamiento no ayuda a construir relaciones familiares saludables y significativas.
Estos secretos actúan como el mute del mando a distancia impidiendo hablar de ello, pero transmitiéndose igualmente a través de conductas, miradas, acciones y lenguaje no verbal. Por lo tanto, el dicho “de lo que no se habla no existe”, no es válido en este caso. Aunque la intención sea proteger la realidad es que se está obstaculizando el flujo de la información generando una dinámica comunicativa familiar insana.
Formar una familia supone crear un grupo confiable y seguro donde existan valores de respeto, solidaridad, confidencialidad y cariño que de seguridad a los hijos y sirva de soporte para sobrellevar, afrontar y resolver las diferentes situaciones que se presentan a lo largo de la vida.